El Ramo de este año nos llevaba hasta septiembre con la pereza del final del verano y la alegría de vivir esos días que vuelven del revés a nuestro pueblo, que iluminan las calles, llenan de verbena y música nuestros oídos y nos ofrecen la magia del olvido: olvidamos las rutinas, los sinsabores y los días grises.
Desde el principio sabíamos que este año era especial, especial porque la ausencia de nuestra pintora de paredes y arco iris nos congregaba en torno a su memoria, la memoria de la luz, y esta revista de fiestas, tan leída y repasada, era además un ejercicio de homenaje, el recuerdo de un pueblo que ama a sus artistas.
Y de artistas iba nuestro Ramo, porque a los Pregoneros también les sobra arte y cariño para levantarse cada madrugada y seguir haciendo buen pan. Cuatro generaciones después Los Pollos llevan el pan del Casar del Cerro de la Legua para allá. Tío Santiago “el Pollo” se sentirá orgulloso del buen hacer de esa empresa que crece con el esfuerzo y la organización de sus nietos y bisnietos. Nuestro reconocimiento a los valores de trabajo y superación de todas las empresas casareñas que siguen luchando en mitad de estas duras circunstancias sociales.
El jueves ya estaba llena la Plaza de las Palmeras. Los premios del Verano Deportivo y Juvenil se entregaron en el Pabellón y de allí salían todos listos para bailar y empezar a oler el Ramo. Padres de cincuenta junto con hijos de veinte corearon las letras imperecederas del gran Manolo García. Como el burro amarrado a la puerta del baile nos hubiéramos quedado hasta el viernes, pero había que trabajar. Porque el viernes por la mañana es la fiesta de nuestros mayores del Centro de Día y Pisos Tutelados. La música de la Charanga y la presencia de sus familias consiguen que esa mañana se les aligere el peso de los años y las sonrisas viajen a aquellos pasodobles agarrados de antaño.
La siesta para quienes la buscan, y la resaca de las cañas alargadas para quienes la encuentran, nos llevan casi de puntillas a la hora de las camisetas, cuando todos los colores y las peñas salen a las calles. Más grupos que el año pasado, desde los más pequeños hasta los de toda la vida. Ese Juanito Tovar haciendo el honor a la resistencia de Los Bellotos; o esas peñas ya “casi” convertidos en abuelos; o ese Studio´17 que pasará a los anales del Ramo gracias al chino que se aclimató al DYC en un verano; y la Vaca con el
carromato estropeado este año, ¡cómo hemos echado en falta esa música a las cuatro de la tarde y los tangas de Pablete! Algún año deberíamos poner por escrito todos estos recuerdos que nos devuelven la risa.
Ya todas las fotos hechas y todas las peñas listas, las charangas en marcha… empieza la fiesta. El pasacalle, en fin, ordenado no, vamos a ser honestos, pero divertido. Porque casi siempre lo divertido es el desorden.
Y en la plaza esperando a que llegara la multitud. Los nervios de Javi Penene al final volaron y se hizo con el escenario como él solo sabe, bajo el recuerdo de su hijo y su padre, con la compañía de Vicente, discreto y emocionado. Un pregonero de altura que nos arrancó los aplausos más valiosos, los que te da tu pueblo. Y grandiosa por encima de todos Consola, dichosa en su memoria gastada, feliz en el gentío, acompañada por todos en el día de su cumpleaños. ¡Qué suerte que se sintiera única por una noche, la reina de su pueblo!
Y la verbena del viernes empezó y nos llevó hasta la madrugada, cuando la charanga señala el camino para la vaquilla. Esa verbena en la plaza con sabor a poblado y bombillas de colores, esa verbena tan nuestra que pone la calle Larga de punta a punta a rebosar.
El sábado el bullicio sube con prisas para el paseo y se acabó el descanso por dos días, esos vecinos que soportan pacientemente la fiesta sin descanso de los más jóvenes se merecen nuestro agradecimiento.
La verbena en las Palmeras aguanta hasta el amanecer y otros muchos soportan los decibelios de la discomóvil que tantos visitantes atrae. Y este año no hemos tenido que lidiar con comentarios inventados sobre peligros y tragedias. Policía Local, Guardia Civil, DYA y Cruz Roja trabajaron para que la seguridad de todos estuviera asegurada.
El Domingo de Ramo es para los casareños ese día especial en el que las rosquillas de la Mesa saben diferentes y las tencas en escabeche recuerdan la comida de hace años. José María y Petri, y sus ocho diputados y diputadas, abrieron sus puertas y prepararon con cariño y esmero la Mesa de viandas, repitieron la tradición que desde antiguo nos une a una fiesta especial: el final de las cosechas, la sementera que llega, el verano que se agota, los rezos por nuestros difuntos y los mejores frutos de nuestra tierra.
Y de la Mesa a la Discoagua, un guiño consolidado al último momento de la fiesta, a los disfraces y a la alegría compartida bajo la atenta mirada de Helénides. Precauciones con los cristales, avisos que no siempre se tienen en cuenta, mil ojos con los más pequeños, nuestros barrenderos pendientes de que todo funcionara bien y entre unos y otros, la tarde se vivió con intensidad.
Este año, corrida de toros de las de verdad, con trajes de luces y la silueta hermosa de los patas blancas sobre el albero. El Alcalde ya se había estudiado
los colores de los pañuelos y todo estaba listo para estar a la altura. Y luego esos toros de merienda en pandilla, de jamón y ponche, de voces y pipas. Esos toros donde sobran los pañuelos, las normas y el glamour porque lo importante es disfrutar del momento. Y, tanto si los toros salen malos y no embisten, como si el jamón está salado y sabe a rancio, ya saben ustedes de quién es la culpa.
Los más pequeños disfrutaron del parque de agua el viernes y el lunes, y el martes hubo espectáculo infantil. Y feria para cada día. El ferial les apasiona porque todavía no entienden de euros, los algodones dulces, los enfados porque no hay más vueltas y esas hamburguesas que solo en ese sitio saben tan ricas. Un ferial que necesita una revisión para que el próximo año cuente con un espacio adaptado para que nuestros pequeños caminen y disfruten con seguridad.
El flamenco y Mansaborá nos dijeron que el final llegó. Y cerramos con esas canciones que nos pertenecen, que la tierra extremeña nos ha legado, esas que debemos cantar a nuestros hijos y nietos para que las raíces no se sequen. Esas coplas de ronda y de quintos que nos remueven las entrañas y nos recuerdan a nuestros abuelos.
Cuando las bombillas se apagan volvemos a soñar con el Ramo del año que viene. Soñaremos con volvernos a encontrar en la plaza el Viernes, con salud, con trabajo y con las ilusiones de compartir esos días de colores.
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